Frente a un panorama de crisis políticas y reformas constitucionales en América Latina, la periodista argentina y editora de la organización Open Democracy, Diana Cariboni, conversa con La Mala Fe sobre los avances de los grupos antiderechos y sus alianzas internacionales.
Equipo de redacción de La Mala Fe.
En los últimos meses hemos visto a grupos antiderechos y políticos de ultraderecha de distintos países articulandose por diferentes causas. ¿Cómo y de dónde han surgido estas acciones?
Hace ya bastante tiempo que vemos la articulación de una serie de discursos y de campañas contra determinados derechos, en particular con el de las mujeres, la diversidad sexual, y contra avances que en América Latina se consideran fundamentales para combatir la violencia sexual, como es la educación sexual integral, como la posibilidad de ampliar el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva para las niñas, niños y adolescentes. Todas estas campañas vienen hace tiempo, no empezaron recientemente. Lo que vemos es que cómo ciertos discursos y la construcción de algunas ideas demonizadas han ido calando en discursos políticos, en algunos casos en coincidencia con un determinado corte político ideológico, que es el conservadurismo, la extrema derecha o la nueva derecha. En otros casos, más ubicadas a la izquierda.
En otros lugares donde hemos visto la instrumentalización de las cuestiones de género en favor de una agenda política determinada, uno de los casos fue en Colombia, cuando el proceso de paz con las guerrillas de las FARC se sometió a referéndum, y en esa campaña la perspectiva de género, que estaba incluída como un componente más dentro de los acuerdos de paz, fue objeto de una campaña muy dura de demonización que logró atraer hacia el “no” a sectores religiosos que de pronto no hubieran estado activos en esa temática, pero que sí se movilizaron cuando vieron que había una agenda de los famosos valores tradicionales.
Del otro lado del Atlántico, hemos visto cómo el partido político de extrema derecha de España, el Vox, viene a encarnar toda la simbología y discurso integrado a una cantidad de grupos que trabajan en contra de los derechos de las mujeres, de las niñas. En los últimos meses hemos visto que han llegado a este lado del Atlántico con reuniones, encuentros, con intentos de reproducir propuestas políticas en nuestros países.
Veamos la Carta de Madrid, por ejemplo, una especie de alianza internacional impulsada por el Vox de España y que agrupa a políticos conservadores y antiderechos de diferentes regiones. ¿Cómo es el actuar de estas alianzas?
El fin de estas alianzas parece ser estructurar agendas políticas transnacionales que pretenden reconfigurar un escenario de partidos que en América Latina es muy cambiante. En ese escenario posiblemente sea bastante más proclive a estos intentos de articular campañas y agendas políticas transnacionales, como es la Carta de Madrid. Nosotros ya hemos visto en los últimos años intentos de articular agendas legislativas regionales y que se aterrizan en los parlamentos promoviendo determinados proyectos de ley o posturas contrarias a ciertos avances legislativos. Creo que este intento, liderado por la extrema derecha española, puede tener algún desarrollo en ese sentido.
Quizás uno de los elementos más salientes de los que Vox tiene en España se relaciona con sus intentos de erigir los derechos parentales por encima de los derechos consagrados en la Convención del Niño, la Niña y el Adolescente, de las Naciones Unidas, que han adherido prácticamente todos los países del mundo. Y esto se refleja en los intentos de legislar el control paterno sobre los contenidos del currículum educativo. Y sabemos que en América Latina hay una cantidad de países donde se han presentado iniciativas de este tipo. Más o menos audaces pero en la misma línea. Es ahí donde este tipo de propuestas y articulaciones puede constituir una amenaza a la democracia, porque en el fondo lo que ellos quieren es restringir derechos.
Por último, otro elemento que vemos, y que se va repitiendo, es la victimización y el discurso del fraude electoral. La construcción de una realidad paralela sin pruebas, sin datos, sin hechos fundados, en donde el que pierde reclama ser víctima de un fraude y culpando a instituciones electorales y de justicia muy importantes para la democracia. Esto lo vimos cuando Trump se negó a reconocer los resultados de las elecciones donde fue derrotado y disparó todo un dispositivo de acciones legales, mediáticas, para poner en tela de juicio el resultado electoral. Vemos que ahora pasa lo mismo en Perú, donde Keiko Fujimori se niega a reconocer los resultados de las urnas y más bien ha desplegado una campaña nacional e internacional para poner en duda el proceso electoral. Y estamos escuchando al presidente de Brasil hablar de fraude para las elecciones del año que viene, ya está advirtiendo que si él pierde va a ser porque hay fraude. Esto resulta poco creíble, el presidente en funciones cómo no puede prevenir un fraude. Aún así, estas campañas tan descabelladas son amplificadas por estos grupos que venimos hablando. Eso también es muy peligroso para nuestras democracias, porque son frágiles.
¿Este patrón de la victimización y discursos de fraude electoral nos permite sacar conclusiones sobre estos grupos?
Es peligroso, pero además muestra las intenciones antidemocráticas de estos grupos. Están dispuestos a jugar según las determinadas reglas del juego, pero si las reglas no les son favorables, están dispuestos a forzarlas hasta tratar de quebrarlas. El quiebre definitivo constituiría un golpe de Estado. Cuando se le dice a la ciudadanía y al mundo que no se puede permitir que determinado candidato gane porque va a romper las reglas del juego, eso es un golpe preventivo. Ojo con ese tipo de discursos porque quieren decir que como este candidato es sospechoso de que hará tal cosa, entonces no le demos el triunfo aunque lo tenga. Estamos viendo cómo se expresan intenciones antidemocráticas.
El otro aspecto tiene que ver con que en el último año y medio de pandemia, en ningún momento estos grupos han salido a defender y ayudar a las personas vulnerables más perjudicadas. Vemos un discurso muy intenso dedicado a denunciar la presunta ola de autoritarismo por los confinamientos, las cuarentenas, los toques de queda. Hemos visto dispositivos enormes de propaganda dispuestos a denunciar la falsedad del virus, poner en tela de juicio todo lo que estaba pasando en el mundo, pero no hemos visto que estos sectores salgan a defender a las familias, ni a las mujeres, ni a los niños que dicen amar tanto. En América Latina, a raíz de la pandemia, se han disparado las cifras de mortalidad materna, vinculados al coronavirus, pero también a la deficiente atención en el sistema de salud. Aumentaron también los indicadores de violencia sexual, de ataques a niñas y niños. ¿Escuchamos a alguno de estos sectores salir a defender a estas personas afectadas por la pandemia? Lo único que les interesa es justamente lo contrario, es decir, atacar los derechos de las sociedades, siempre que eso implique imponer los valores ultraconservadores que provienen de un pasado o textos bíblicos que son inaplicables en las sociedades modernas.
Cariboni sobre Jair Bolsonaro: «Escuchamos al presidente de Brasil hablar de fraude para las elecciones del año que viene, ya está advirtiendo que si él pierde va a ser porque hay fraude. Esto resulta poco creíble».
– Foto: Fabio Rodrigues Pozzebom / Agencia Brasil.
¿Qué nos dicen estos silencios selectivos de los grupos antiderechos que acabas de señalar?
De alguna manera, estas campañas transnacionales se han asentado sobre un sustrato de frustración y de problemas que enfrentan muchos pueblos del mundo a raíz de la globalización. Muchas promesas incumplidas, las famosas promesas de desarrollo no se han cumplido en muchos lugares. Esto ha generado un sustrato de disconformidad sobre esas promesas que venían además con un discurso de igualdad de género. Entonces resulta más práctico atacar ese discurso de igualdad de género y revestirlo de todo este sentimiento nacionalista herido, que es típico de los populismos también. Hay un aprovechamiento de sentimientos y frustraciones legítimas con el fin de limitar la democracia, limitar el avance de los derechos, y de imponer modelos políticos. Todos estos sentimientos que nos acompañan en este siglo están siendo explotados con fines antidemocráticos.
¿Tienen algo en común las intervenciones articuladas de los grupos antiderechos?
Hay algunos niveles de coordinación que ya tienen unos cuantos años. Hemos visto que la derecha colombiana ha incidido en la crisis venezolana. Yo no sé hasta qué punto tienen verdadero arraigo, no sé qué tan lejos podrían llegar. Lo más peligroso me parece el deterioro de las instituciones intergubernamentales o regionales donde los gobiernos pueden sentarse a llegar a acuerdos. Los intentos de crear instituciones de este tipo han quedado desarticulados. El único que sigue existiendo es la OEA, pero también con una larga historia de desprestigio por la instrumentalización que hizo de ella Estados Unidos.
Habría que recuperar esos ámbitos para que estas crisis que estamos viendo no sean tan manipuladas por unos actores u otros. Creo que la OEA, que es la única que subsiste, necesita recuperarse porque tampoco sabemos cuál será el papel de Estados Unidos que siempre ha sido tan importante.
También quería saber tus impresiones sobre el último proceso electoral de Bolivia, en donde el discurso de un supuesto fraude llegó más allá que en otros países.
En Bolivia había dos fuerzas enfrentadas que venían chocando intensamente. Posiblemente el pecado original fue forzar una nueva candidatura de Evo Morales, pasando por encima de la Constitución, por encima del resultado del referéndum en donde la ciudadanía le dijo no a una reforma constitucional. Esos factores fueron generando un descontento y fueron muy difíciles de explicar a la comunidad internacional. Cuando se empiezan a forzar las reglas, o a romperlas, ya se abre un espacio muy difícil. En Bolivia hubo una serie de pasos que fueron llevando al país a la crisis, y Morales tuvo parte de la responsabilidad, pero también fue muy evidente que había sectores políticos dispuestos al golpe de Estado. Se llegó a un proceso de manipulación muy complejo, del que creo que nadie salió bien parado. Y lo peor de todo fue la ruptura, la violencia y la represión contra la gente.
En marzo del 2021 fue arrestada Jeanine Áñez, luego de gestar un golpe de Estado al denunciar a Evo Morales de un supuesto fraude electoral.
– Foto: El País.
En cuanto a Uruguay, ¿cómo has visto a los grupos antiderechos de ese país frente a las alianzas e intervenciones en los últimos procesos electorales de América Latina?
En Uruguay la situación política es distinta a esos escenarios tan polarizados. La realidad local está marcada por el hecho de que el Frente Amplio de izquierda perdió las elecciones en 2019 ante una nueva coalición de los partidos tradicionales y otro sector que emergió, de derecha dura, que se llama Cabildo Abierto, encabezado por un general retirado, y que además fue el último comandante en jefe del gobierno del presidente Tabaré Vásquez. Este nuevo actor, con un discurso marcadamente de derecha, nacionalista, antigénero, es el fenómeno de los últimos años de la política uruguaya.
Esa coalición tiene sectores muy conservadores anti género, aunque mucho menos incendiario de lo que hemos visto en Brasil o Bolivia. Los hechos más importantes que han marcado la mirada regional de estos actores en los últimos dos años han sido la no emisión de ningún tipo de censura a la represión en Colombia y en Chile, y la indignación ante los hechos de represión en Venezuela y Cuba. Tienen también un discurso anti argentino. Como en este momento hay un gobierno peronista de centro izquierda, estos actores tienen un discurso sumamente agresivo contra eso. Algunos de estos actores también se han manifestado favorables a Trump y han defendido sus denuncias de fraude. Pero lo que hay es un desinterés general por lo que pasa en la región, hay mucho más interés en sacar adelante acuerdos comerciales, sobre todo con China.
Uno de los países en donde los grupos antiderechos han ganado terreno es Ecuador, con el ascenso de Guillermo Lasso. ¿En qué grado de peligro se encuentran los derechos sexuales reproductivos y los derechos de las diversidades sexuales en ese contexto?
Lasso representa una figura muy cercana al Opus Dei, y además es un banquero. No sé hasta qué punto podrá llevar adelante su agenda porque la Asamblea Legislativa es diversa, hay bancadas importantes. Están los sectores indígenas y correístas con importantes bancadas. Allí quizás haya algún contrapeso para el avance conservador en Ecuador. No ha habido un gobierno verdaderamente amigable con los derechos de las mujeres y las personas LGBTIQ. Los periodos de gobierno de Rafael Correa fueron diversos, con avances pero con retrocesos también. Correa es un ejemplo de un político que ha tomado el discurso anti género como parte de su repertorio de propuestas. Mezcla un discurso izquierdista con contenidos muy conservadores en lo social que lo hacen un líder muy complejo.
En los últimos días también se ha vuelto a hablar de Cuba, donde no hay espacio para las oposiciones políticas. ¿Los grupos conservadores también se han visto limitados por ese autoritarismo?
En Cuba los partidos políticos siguen prohibidos, pero se ha abierto paulatinamente el espacio para la religión, primero a través de la Iglesia Católica y luego con los grupos evangélicos. Unos de los actores más relevantes de los últimos años han sido las coaliciones evangélicas que venían bregando para que no se reforme el Código de Familia, para que no incluya los derechos de las diversidades sexuales ni el matrimonio igualitario. Estos actores han ganado cada vez más presencia en la vida política cubana restringida. Esto es algo que estamos viendo poco. Estos actores pueden tener un papel relevante en una situación de crisis, como la que están pasando actualmente.
En este portal damos alerta de los avances y las estrategias que el fundamentalismo y la agenda antiderechos implementan en los países de la región y resaltamos a las voces y propuestas que están dispuestas a combatirlos y que defienden los derechos reproductivos, la diversidad sexual y el enfoque de género.
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