“La última vez que me quiso golpear y me volvió a echar de la casa, le tomé la palabra, había llegado a mi límite, no le iba a permitir que siguiera maltratándome, yo ya tenía un grupo de amigas, le llamé específicamente a una compañera que se llamaba Fiorela (ella ya no está, la asesinaron en México) y me fui a su casa”.
Camila explica que al inicio el trabajo sexual no estaba en sus planes: “es decir, nunca dije me voy a dedicar a esto, creo que no está en los planes de ninguna chica trans, aunque hay compañeras que lo hacen por decisión propia, pero muchas con base a las circunstancias, como fue en ese momento para mí”.
Camila salió de su casa solo con la ropa que traía puesta, no tenía ingresos, necesitaba trabajar, “le dije a mi amiga que me llevara donde la personas que autorizaban la cuadra, pagamos el derecho y empecé a trabajar”.
Ahora Camila reflexiona que el hecho de haber soportado le permitió llegar a la universidad, pero considera que nadie debería pasar por lo mismo para lograrlo. “Mi madre me apoyó, me pagaba la cuota, incluso mi abuelo, porque mi familia era muy muy pobre, yo creo que, si hubiera tenido otras condiciones, hubiera sido una profesional. Me gustaba el estudio, sé que aún lo puedo lograr”, dice.
Para Camila es importante que el Estado reconozca los derechos de las trabajadoras sexuales por que les permitiría acceder a beneficios que actualmente no tiene. “No podemos ni abrir una cuenta bancaria como trabajadoras sexuales”, afirma.
Además, el hecho de no existir una regulación ha permitido que fuerzas de seguridad e incluso pandillas las violenten: “semanalmente, se paga por protección $10 a la pandilla”. También comentan que pasan carros con personas solo para arrojarles huevos o disparar balines. En estos casos, explican, no pueden denunciar, ni la policía ni los soldados responden: “siempre consideran que las trabajadoras sexuales son las culpables”.