Los primeros ensayos se dieron en 1993, con movilizaciones en las calles contra un proyecto de ley impulsado por grupos católicos, que buscó establecer una nueva “normalidad religiosa” y restringir los derechos y actividades de otros cultos, como señalan Carbonelli y Semán, en el ensayo “El poder del voto confesional”. Más recientemente, se han repetido en los debates vinculados a derechos sexuales y reproductivos, como la ley de educación sexual, el matrimonio igualitario y la despenalización del aborto.
Desde entonces, el peso de los evangélicos se ha fortalecido porque, en general, tienen una posición más conservadora. Y, sobre todo, porque han comenzado a establecer alianzas con otros actores, que comparten su rechazo a la agenda de derechos de género. Entre ellos, un importante número de católicos.
“De a poco se abrió un campo de batalla, que es transversal a toda la sociedad. Los evangélicos son una minoría muy dinámica, que se ha organizado reactivamente -precisa Semán-. Pero también representan a otros sectores religiosos e, incluso, a personas con percepciones machistas, que tienen sacralizada la concepción, a pesar de no tener creencias religiosas fuertes”.
De esta manera, se han convertido en los dinamizadores del debate que busca frenar el avance de derechos civiles. Y, aunque conforman un sector reducido en los espacios de decisión, han logrado establecer alianzas con diversas esferas del arco político y organizaciones civiles; gracias al lobby y una fuerte presencia en los medios de comunicación.