Claudia Rodríguez de Castellanos, pastora de la Misión Carismática Internacional, regresó al Congreso en el 2018 de la mano de Cambio Radical, tras haber sido congresista dos veces en el pasado y candidata a la alcaldía de Bogotá. En las reuniones del Pacto Cristiano por la Paz la acompañó su esposo, el también pastor y excongresista César Castellanos. Su grupo político, uno de los más fuertes del movimiento cristiano, rompió para las últimas elecciones con el Centro Democrático y se alió con Germán Vargas Lleras.
Ricardo Arias Mora, exsenador y exdirector del Fondo Nacional del Ahorro, en el gobierno de Santos, logró llegar por primera vez al Congreso en 2002, por el Partido Liberal. En el 2015 fue candidato a la Alcaldía de Bogotá bajo su movimiento “Libres”. Posterior al plebiscito por la paz se fusionó con el movimiento ciudadano cristiano “Colombia Justa”, que lo lideraban Eduardo Cañas, John Milton Rodríguez y Héctor Pardo. De allí nace Colombia Justa Libres en 2017, que hoy tiene cuatro escaños en el Congreso de la República, entre ellos John Milton Rodríguez, pastor de la iglesia Misión Paz a las Naciones. Rodríguez se dio a conocer en la movilización contra las cartillas y el acuerdo de paz.
Otros pastores que hicieron parte del Pacto Cristiano por la Paz fueron Eduardo Cañas, de la iglesia Manantial; Ricardo Rodríguez, del Centro Mundial de Avivamiento; Héctor Pardo, de Tabernáculo de la Fe; Alfredo Barrios, de Fe en Acción; Pablo Portela, de Misión de Restauración de Avivamiento y de las Naciones, y David Gómez de la Iglesia del Millón de Almas.
Tras otras tres semanas de renegociación en La Habana, el gobierno Santos y las Farc firmaron un segundo acuerdo de paz en noviembre de 2016 que incorporó cambios, aclaraciones y sugerencias de los líderes del ‘No’.
Algunas de las propuestas de los sectores religiosos proponían eliminar todas las referencias a la población LGBTI, incluir el derecho a la libertad de culto, agregar al preámbulo que “la familia es el núcleo fundamental de la sociedad” y añadir a las iglesias y sus feligreses como víctimas del conflicto.
Varias de éstas fueron adoptadas en el acuerdo definitivo. Se eliminaron muchas referencias a la comunidad LGBTI, pero se clarificó la definición del enfoque de género para evitar otras interpretaciones y se añadió un principio de no discriminación, que garantiza que “ningún contenido del Acuerdo Final se entenderá e interpretará como la negación, restricción o menoscabo de los derechos de las personas independientemente de su sexo, edad, creencias religiosas, opiniones, identidad étnica, por su pertenencia a la población LGBTI, o por cualquier otra razón”.
Al final, aunque el peso de estos grupos cristianos en la oposición al acuerdo de paz es difícil de medir, varios coinciden en que fue instrumental. Como dice José Luis Pérez Guadalupe, en su investigación titulada ‘Evangélicos y poder en América Latina’, “mientras el país estaba polarizado políticamente y se acentuaba el enfrentamiento entre el uribismo y una coalición coyuntural entre el santismo y la izquierda, surgió un movimiento evangélico unificado que salió a votar masivamente por la opción del ‘No’”.