En el estudio se tomó como casos de estudio a Perú, Bulgaria y Ghana. ¿Cuáles fueron los criterios para su selección?
La idea del estudio era buscar tres casos de estudio en tres regiones distintas, que por lo general no se analizan en conjunto para mirar si habían similitudes o diferencias significativas. Escogimos estos tres países por coyunturas recientes: En Perú, nos interesaba mucho mirar el caso de la educación, porque la reforma educativa orientada a iniciativas de educación sexual integral fue uno de los disparadores de los grupos género-restrictivos en la región.
En Bulgaria, los grupos género-restrictivos son 100% efectivos: todo lo que han intentado quitar, lo han logrado. Y, de manera sorpresiva, fueron en contra de la Convención de Estambul, que es un tratado contra la violencia hacia la mujer y que todos los países firmaban, pero se agarraron de la definición de género que aparece en la convención para no ratificarla.
Y en el caso de Ghana, es un país representativo de cómo se enmarca la conversación en contra de los derechos de las personas LGBT en África y en donde los grupos género-restrictivos se están organizando para influenciar desde ahí al resto del continente. Y además, se han visto alianzas interreligiosas entre católicos, musulmanes, cristianos y seguidores de religiones tradicionales africanas, que no es algo que se ve en otros países.
Al hablar del caso peruano, afirman que a pesar de haber perdido las batallas legales y políticas alrededor de la reforma del currículo escolar, el colectivo Con Mis Hijos No Te Metas “ganó la guerra cultural y de comunicaciones”. ¿Qué lecciones dejó este caso y qué acciones se deberían implementar para contrarrestar esta victoria?
Creo que los movimientos a favor de los derechos LGBT y de los derechos reproductivos en los últimos 30 años nos hemos centrado mucho en el litigio estratégico y en avanzar normas, políticas, leyes, que era (y es) muy importante porque no existían. Pero cuando ese trabajo se hace sin un trabajo cultural sostenido y de largo plazo, que explique por qué afianzar los derechos LGBT no ataca los derechos de lo niños sino que, por el contrario, los afirma y expande; que explique por qué defender el aborto no es «matar bebés» sino proteger el derecho a la salud y a la vida de las personas gestantes; si no se hace ese trabajo, se genera una reacción más agresiva porque va afianzándose esta idea de que hay un «lobby gay» y una «élite» que nos está imponiendo nuestros valores y que va en contra de lo que creemos las personas. No podemos abandonar los esfuerzos de cambio cultural y de educación, formal e informal. Nosotros tenemos que ser mejores hablando con más gente, incluso con los que no estamos de acuerdo y llegar a ellos.
No podemos depender tanto de las batallas -e incluso de las victorias- legales, porque esas son frágiles. Si el cambio cultural no está, lo legal puede caer en algún momento. Sin el cambio cultural, las victorias legales son pasajeras y pueden servir como grandes catalizadores de los grupos género-restrictivos. Y esta es una lección que tenemos que recordar siempre.