El maltrato continuó al quedarse sola. Las enfermeras le acercaron el feto envuelto en una sábana, la obligaron a besarlo, y dice que le dijeron que debía pedirle perdón por haberlo “asesinado”. El personal médico le puso un nombre y los apellidos de Margarita. Luego, le entregaron un documento para que firme. “Yo no entendía nada, me sentía mal, culpable, y empecé a pensar que sí había matado a mi hijo”.
Margarita permaneció dos días más en la clínica, la ubicaron en el área de maternidad, en una habitación junto a otras mujeres que recién habían dado a luz y tenían a sus bebés en brazos. “Fue una tortura, todas me llamaban asesina”. El ensañamiento continuó con las enfermeras: al suministrarle el suero le hincaban las agujas con agresividad, tanto que su brazo terminó con moretones. “No me dieron de comer. Me decían que me iría a la cárcel”.
Verónica Cruz, directora de Las Libres, explica que “el principal problema con las investigaciones penales que se inician contra las mujeres es que muchas no conocen sus derechos, y los médicos y enfermeras ejercen un poder contra ellas”.
La representante de Las Libres puntualiza también uno de los puntos más delicados en estas denuncias: el quiebre de la confidencialidad médico-paciente. “Se viola el principio de privacidad e intimidad, los funcionarios se convirtieron en jueces, dejando de lado lo que establece la Norma oficial Mexicana 007, que deben proporcionar sus servicios con calidad y respeto de sus derechos humanos, principalmente a su dignidad y cultura, facilitando, en la medida de lo posible, apoyo psicológico”, explica.
Para entender cómo se estaban implementando los protocolos de atención en estos casos, solicitamos una entrevista con algún representante del Colegio Mexicano de Especialistas en Ginecología y Obstetricia, pero se negaron a dar una entrevista argumentando que no tenían tiempo.